Llevo tiempo con la mosca detrás de la oreja, pero estos últimos meses se han confirmado todas mis sospechas: esta newsletter es mi terapia mensual.
Ahora que te he contado esto, así, en frío y sin ningún tipo de tapujo, puedes hacer dos cosas. Darte de baja ahora mismo porque no tengas ni el más mínimo interés en conocer los entresijos, cavilaciones y embrollos cerebrales que pasan por esta cabecita mía y que intento desliar como buenamente puedo cada primer domingo de mes… O quedarte, compartir penas y alegrías, y empinar el codo conmigo. Ya sabes, sobrebeber para sobrevivir. Al fin y al cabo, esto no deja de ser un (nuestro) vermú virtual.
No miento cuando afirmo que me encantaría que optaras por lo segundo, pero si la indecisión corroe tus carnes morenas ahora mismo y no sabes cómo proceder… Espérate un ratito más y ya luego al final te lo piensas.
El caso es que me he dado cuenta de que esta cita mensual con la hoja en blanco, me hace más bien de lo que ya intuía, y eso que no siempre es fácil enfrentarse a ella. Sin ir más lejos, me costó terriblemente ponerle palabras al vermú anterior… Estuve incluso planteándome si esta newsletter tenía algún tipo de sentido. La llegada del otoño se me hizo bola y los dos años de emprendimiento me pusieron nostálgicodramática. (Y sí, también, pa’ qué negarlo, la nueva cuota de autónomos tras el fin de la tarifa reducida, aparte de sacudirme bien el bolsillo, me sacudió ya de paso a mí enterita).
«¿Cuánto quieres lo que quieres?» Qué importante y fundamental hacer de vez en cuando un alto en el camino y desempolvar los porqués de esta travesía. Para encontrarlos, recurrí una vez más, a la vía de escape que tengo más a mano, este vermú terapéutico. ¿Podríamos decir entonces que me doy a la bebida cada primer domingo de mes? En efecto, sobrebeber para sobrevivir. Y no sabes lo bien que sienta…
Me acaba de llegar al correo mientras escribo estas líneas los Tres minutos de Sol Aguirre y yo, que tengo el Proficiency en dispersión supina y aunque me diga (y me maldiga) doscientas veces que si estoy haciendo algo, lo termine antes de empezar otra cosa… No he podido evitar leerlo. Me viene al pelo su última frase:
«Escribir suele ser la respuesta a todas mis preguntas. Porque ordenar es entender y escribir es, siempre, ordenar».
Y aquí estoy yo, practicando uno de mis verbos favoritos: ordenar. Ordenando a conciencia mi sesera porque, eso sí, aunque sea sábado y el reloj no marque ni las 8.30h de la mañana… La casa ya la tengo ordenadita desde bien temprano.
Mañana cuando leas esto, no sé si con el primer café de la mañana, con el vermú hedonista del domingo, con el chupito de después de comer o directamente con el vaso de leche con galletas de antes de irte a dormir, quiero que me confieses algo. ¿Ya te has hecho la cama?
Dice William H. McRaven en su libro Hazte la cama que la primera misión del día, la de la cama, es clave para afrontar los retos de la vida. Porque completar un acto ordinario fielmente y lo mejor que puedas todos los días, nos proporciona el ancla para comenzar bien la jornada.
Y aunque no tengo yo muy claro que esta especie de evangelio y culto al detalle que supone hacerse el camastro o colocar meticulosamente todos y cada uno de los cojines del sofá cada mañana, me vaya a ayudar a cambiar el mundo… La precisión quirúrgica con la que hago ambas cosas después de quitarme las legañas y ventilar la madriguera, producen en mí un gustirrinín casi a la altura del de apretar el botón de ‘enviar’ esta newsletter dominical.
Claro que para gustera máxima, la de reproducir en bucle a este señor de cabellera engominada. Si tú también eres una loca de remate de las camas bien hechas, estarás de acuerdo conmigo: Gloria bendita. Lamentablemente no llego todavía a su nivel, porque yo la única plancha que profeso es la que sudo y sufro cada jueves en pilates, pero dicen mis amigos cuando vienen a casa que han visto colchas y sábanas en catálogos de IKEA con más arrugas e imperfecciones que las que coronan el lecho de mi dormitorio.
Y es que supongo que las casas son como las personas que las habitan: tienen sus historias, sus personalidades y su propia alma. Algunas son acogedoras y cálidas, como un abrazo apretao’ en una fría noche de invierno. Otras son imponentes y majestuosas, bulliciosas y llenas de vida, serenas y apacibles, o frías, tristes, lúgubres e impersonales. Lo que está claro es que cada una tiene su forma única de comunicarse con quienes las visitan.
La semana pasada volvimos a hacerlo, nos fuimos de viaje e intercambiamos nuestra casa. Es la segunda vez que probamos este invento de HomeExchange y me puse a pensar sobre todo esto mientras saboreaba lentamente el primer café de la mañana y Bruselas se desperezaba entre naranjas y magentas tras la cristalera imponente del salón vintage de una completa desconocida.
¿Cuánto nos cuentan de las personas sus casas? Cada rincón, cada objeto, cada detalle… cuenta una historia única y personal. Y eso es lo que convierte precisamente una casa cualquiera en un hogar.
Antes de dejar Barcelona, no sabía mucho de Rose, habíamos intercambiado algunos mensajes por la aplicación y parecía una joven simpática, cordial, dispuesta a ayudar en lo que hiciera falta antes de que llegáramos a su apartamento en pleno centro de la ciudad, en el bohemio y coqueto barrio de Sainte Catherine. Después de haber dormido 4 noches en su casa, sé -o al menos intuyo- que a Rose le gusta la fotografía y que es una persona familiar. Que probablemente viaja por trabajo con más frecuencia de la que le gustaría, que no pasa mucho tiempo viendo películas ni series en el sofá y que le apasiona leer y cocinar. Sé también que no toma café porque es del club de las hierbas. Que cuida su alimentación, es eco friendly in extremis y casi con un 80% de probabilidades, vegetariana. Que tiene el sueño ligero y no solo ama las plantas, sino que encima tiene maña con ellas y no las asesina como yo. Y que no, no es precisamente una chiflada de las camas inmaculadas.
Y es que la vida que fluye en su interior otorga un alma a las casas. Los recuerdos, las conversaciones, los sueños, las celebraciones y los momentos compartidos… les infunden una personalidad única que se forja a lo largo del tiempo y refleja la esencia de quienes la habitan. Supongo que al igual que las personas, las casas son testigos silenciosos de las historias que transcurren a su alrededor. Y eso me lleva a pensar que la relación entre las casas y sus habitantes es mutua. Así como las casas absorben ese aura de quienes las habitan, las personas también nos vemos moldeadas en cierto modo por el entorno en el que vivimos.
Para mí, por ejemplo, es fundamental que mi templo, ese en el que además de habitar 24/7 es también mi lugar de trabajo, y al que bauticé hace casi un año y medio como Villa Calma, infunda la paz y serenidad que necesito y pocas veces encuentro en mi cabeza. Un refugio terapéutico al que acudir. O como este vermú de los domingos, un oasis de calma y hedonismo en medio de la tormenta.
¡Feliz domingo sin prisa!
Y ahora sí, vamos con la despedida y con mi parte favorita: la sobremesa. Si eres nueva por aquí y no brindaste conmigo en los vermuses anteriores, no sabrás que en la sobremesa lo que hacemos es compartir, celebrar y conocernos un poquito más.
¿Cómo? Respondiendo a la pregunta en cuestión que encontrarás al final de cada vermú. Pero claro, para que esto funcione, tenemos que tener clara una premisa fundamental: lo importante es participar. ¡Así que estaré deseando leerte y brindar a tu salud!
Además he hecho un descubrimiento estas últimas semanas que me ha puesto muy contento el corasonsito. Y es que, manda narices que siendo esto El vermú de los sentidos, tenga una que brindar cada primer domingo de mes con agua o con cualquier otro refresco azucarado de los que me sientan casi peor que el alcohol… Así que hoy brindo bien, por todo lo alto, con el glamour y la sofisticación que la ocasión merece, gracias a este mejunje que estos señores italianos tan majetes se han inventado para alegrarnos la hora del aperitivo a los que no probamos los bebercios alcohólicos. Lo dicho… ¡Sobrebeber para sobrevivir!
Y ahora venga, cuéntame algo de tu templo, de tu refugio, de tu madriguera. Un rincón favorito que te inspire de tu casa, que cuente tu historia o me ayude a conocer un trocito de ti.
Ya sabes que puedes responderme a este email, escribirme en Instagram o dejar un comentario si estás leyendo esto en Substack. Estoy deseando leerte…
¡Nos vemos el 3 de diciembre!
Ay Alba!!!
Leí el vermú esta mañana al minuto de publicarlo, deseosa de empezar el domingo con calma. La habitación con la ventana abierta y la ropa de la cama echada para atrás, - es domingo-, me he dicho.- hoy no hay prisa-. Me pongo a leer el vermú y sonrío cuando llego a lo de hacer la cama como el inicio de organizar el día y entonces, siento más la calma del domingo, porque sé que mañana a esta misma hora la cama ya estará hecha, como un ritual, de ducharse, lavarse los dientes, hacer la cama y desayunar y lo contemplo dentro de los pequeños placeres que te permiten poner orden en las primeras horas del día para poder disfrutar del resto.
Y sobre que la casa tiene mucho de sus dueños , por supuesto. Aún puedo oler la casa de mi abuela cuando yo era pequeña. Hay casas que sus dueños saben convertir en Hogar, pero también he entrado en casas que son frías , impersonales y de las que he tenido que salir inmediatamente.
Gracias por estos vermús que nos regalas.