Empiezo este último vermú del año tomando café. Ya sabes que en este brindis del primer domingo de mes está todo permitido, solo hay una única norma impepinable: disfrutar de este ratito sin prisa.
El calendario está de estreno, diciembre ha entrado por la puerta grande. Ladies and gentlemen… ¡Que dé comienzo el mes de las sorpresas! Y el café humeante que me acompaña en esta mañana de viernes gustosa que pienso dedicar únicamente a escribir estas líneas, también está de debut. La culpa la tiene el cafendario de este año, un calendario de adviento con 24 cafés de especialidad del mundo con el que deleitarse la nariz y el piquito cada mañana ritualizando uno de los mejores momentos del día: la pausa para el café.
Es curioso cómo en un mundo que avanza a la velocidad de la luz, cada vez somos más los que apostamos por redescubrir la belleza de las tradiciones de antaño. Y es que volver a moler el café en casa, lejos de la cotidianeidad y rapidez con la que se consume hoy en día, es casi un acto revolucionario, un retorno a la vida lenta, un momento para sumergirnos de lleno en la pausa. Tomarnos un tiempo para prepararlo, deleitarnos, contemplar, oler y saborear un café de especialidad de alguna parte del mundo es un regalo para los sentidos, un oasis de calma en medio de este frenesí moderno.
En la cultura árabe, el consumo de café es desde hace siglos un ritual social que fomenta el espacio para conversar, así como una muestra de hospitalidad cuando se ofrece a los invitados como bienvenida.
Sentarse a degustar los aromas de los granos del cafetal, era ya una primera oportunidad para compartir historias, discutir asuntos importantes, fortalecer lazos familiares o incluso hacer negocios. Luego en casa, seleccionar los mejores granos, tostarlos lentamente en una sartén, triturarlos con un mortero de cobre y esperar a que el fuego haga su magia… Servir el café en pequeñas tazas, empezando siempre por el invitado más anciano y llenando tan solo un cuarto de éstas, con el fin de poder saborearlo lentamente y repetir otra taza después. Olvidarse de lo material y lo mundano, gozar ceremoniosamente de esta expresión de dedicación hacia los demás y hacia uno mismo donde lo único importante es compartir y disfrutar alrededor de una mesa. ¿Acaso hemos venido a este mundo a algo más?
En Japón tienen también su propio ritual con el té matcha. Y es que algunos dicen que en la ceremonia del té se recogen los aspectos fundamentales de la cultura japonesa. Una oda a la contemplación, a la reflexión y a la consciencia. El concepto de ichi-go ichi-e, que significa literalmente «un encuentro - una oportunidad» aboga precisamente por hacer de cada instante algo único, atesorar cada momento en la memoria, ya que no volverá a repetirse. Una invitación a ser conscientes de la fugacidad de la vida, a estar presentes en lo que estamos haciendo, y a estar presentes también -y sobre todo- con las personas con las que estamos compartiendo ese encuentro.
Y es que a menudo hay algo que se nos olvida. Vamos de aquí para allá, en una espiral de reuniones, responsabilidades y largas listas de quehaceres y sueños por tachar donde la noción del tiempo se desvanece… Y se nos olvida. Se nos olvida que nos vamos a morir.
Vivimos con esa sensación continua de no alcanzar jamás la meta, de que nunca es suficiente. De que, en efecto, siempre le faltan horas al día. Y claro, se nos vuelve a olvidar. ¿Pero cómo es posible? Se nos vuelve a olvidar que nos vamos a morir.
Y es que cada vez tengo más claro que estamos aquí para hacer cosas que nos apasionen. Porque en un entorno donde la prisa parece ser la única constante, poner en práctica acciones cotidianas que nos obliguen a parar y a romper con la vorágine diaria, que nos hagan disfrutar y que encima nos pongan el corazón contento, se convierte en toda una declaración de amor propio.
Cuando hace tres noviembres dejé un trabajo que no me hacía en absoluto feliz para poner mis dos grandes pasiones (escribir y viajar) al servicio del mundo, me hice una pregunta:
«¿Qué valor quieres aportar a la vida de las personas?»
Responderla no fue fácil, pero con el tiempo he entendido que aquella pregunta es el faro que me alumbra cuando a veces pierdo el rumbo en esta travesía llena de incertidumbre, desafíos y decisiones difíciles donde una aprende a abrazar constantemente la vulnerabilidad y a convertir a la resiliencia en la mejor compañera de viaje.
Y es que supongo que el objetivo de cualquier emprendimiento es brindar un servicio o un producto que aporte una solución a algún problema real. Poner la creatividad por bandera para moldear y dar forma a una idea que nace en tu cabeza, pero nace también de un reto o inconveniente que vemos en nuestro día a día. Y yo que siempre he sido más de observar y escuchar que de hablar… Me di cuenta de que algo no iba bien cuando una de las frases que más se repetían en mi entorno era el tan famoso como temido «No me da la vida».
Hasta que un día algo hizo click. Y esta obsesión mía por celebrar el presente y cultivar momentos que nos anclen en el aquí y el ahora, me llevaron a crear viajes sensoriales desde el sofá.
No me escondo. Quizá soy una romántica de manual, una idealista incorregible, una soñadora empedernía... Pero es que yo lo que quiero es que la vida nos dé.
Que nos dé una pausa, un espacio de tiempo donde el reloj se desacelere y podamos reconectar de nuevo con los cinco sentidos. Venga, confiesa. ¿Cuándo fue la última vez que realmente te paraste a saborear el café de la mañana?
Una pausa donde fluir, dejarse llevar y disfrutar. Donde degustar lentamente el dulce placer de vivir despacio. Una pausa donde compartir tiempo de calidad con nosotros mismos o con quien queramos. Una pausa donde apagar por un ratito el ruido digital y en un intento consciente de devolver la atención a lo esencial, valorar lo verdaderamente importante:
Que estamos aquí un ratico, ná mas.
¿Y si recordar nuestra finitud -lejos de ser un ejercicio macabro- nos ofrece una nueva lente para contemplar la vida? Repensar nuestras prioridades, cuestionar la esencia de nuestra existencia y encontrar un equilibrio entre la prisa y la reflexión. Paladear cada momento, valorar los pequeños detalles, buscar un sentido más profundo en nuestras acciones diarias.
Quizá, en este recordatorio latente de que no somos eternos, encontramos la clave para vivir de manera más auténtica y plena.
Gloria Fuertes.
La Navidad está a la vuelta de la esquina y me apetece contarte algunas cositas a modo de spoiler (ventajas de pertenecer a esta comunidad vermutil tan chachipiruli):
La semana que viene cierro el cupo de Wanderlust personalizadas. Así que si tienes en mente regalarle a quién más quieres su historia en papel con una vuelta al mundo sensorial diseñada a medida y cuidada hasta el último detalle… Éste es tu momento.
Los japoneses tienen una palabra para describir esa felicidad que produce en nuestras carnes morenas la evocación de un recuerdo bonito: «Natsukashiii». Si ya has estado en Japón y te apetece revivir de nuevo, pero esta vez desde casa, esa aventura inolvidable, no te lo pienses mucho… Si no has estado nunca en el país nipón o vas a ir pronto y quieres disfrutar de una pedazo de ruta sensorial que luego puedas realizar en carne y hueso ¡No te lo pienses ná! (Porque es una venta exclusiva de sólo 10 cajas).
Si con todo este rollito cafetil que llevo contándote desde que empezaste a leer este vermú, te han entrado unas ganas irrefrenables de lanzar tu café de cápsulas por el fregadero y estrenarte en el mundo del café de verdad, ese que huele y sabe a CAFÉ mayúsculo, dale a tu cuerpo Alegría Macarena. En serio… es que esta nueva versión de la experiencia africana, además de ser un abrazo muy gustosito para tus sentidos, te va a permitir conocer marcas interesantísimas y proyectos sociales de África con los que poner tu granito de arena en el mundo. (La que avisa no es traidora… sólo quedan 7 cajas).
Si lo que quieres es una experiencia única e irrepetible, llena de nuevas emociones, aventuras inolvidables en las que a diario tus ojos no creerán lo que están viendo, madrugones de infarto, noches sin dormir… Puedes animarte a ser papá o mamá. O mejor todavía, dejar que lo sean otros y ser la tita guay que regala safaris personalizados a padres primerizos. ¿Se te ocurre acaso mejor forma de sorprenderlos que con este kit para padres viajeros?
El próximo vermú -el primero de 2024- será el 7 de enero. Sí, ya lo sé. Un día terriblemente triste para muchos, que marca el fin de la Navidad, de las vacaciones, los ratitos en familia, los regalos y las sorpresas. Por no hablar de la crudeza desmedida que supone quitar el árbol, el belén y ese reno de luces despampanantes que corona el mueble del salón y te impide ver bien la tele. Sin embargo, es un día tremendamente feliz para mí porque… ¡Es mi cumpleaños! Así que ni confirmo ni desmiento que pueda haber SORPRESITAS con las que estrenar mi nueva vuelta al sol por todo lo alto, brindar mú fuerte y celebrar -¿cómo no hacerlo?- que no somos eternos y que estamos aquí un ratico, ná más.
¿Vamos a irnos ya sin hacer una miajita de sobremesa?
Como es la última del año, voy a permitirme ponerme un poquito intensita a la par que trascendental. Y es que, ya te lo he dicho antes, pero… A menudo se nos olvida que nos vamos a morir. Así que hoy quiero hacerte una pregunta, para que la pienses y reflexiones con calma. Con café, vermú, té matcha japonés o lo que surja…
¿Cuál es ese momento especial en tu día a día que te hace recordar la importancia de vivir el presente sin prisa y te ancla en el aquí y el ahora?
Estoy deseando conocer vuestros momentos fetenes de disfrute y autocelebración… Ya sabes que puedes responderme a este mismo email, escribirme en Instagram o dejar un comentario si estás leyendo esto en Substack.
Aunque si crees que no tienes ninguno porque eres de las que anda tó el día como pollo sin cabeza y “no te da la vida”, te propongo algo. Invéntate uno. Diseña TU momento. Escríbelo en papel. Y ponte ahora mismo una cita en tu calendario 2024 el próximo 3 de diciembre. La cita en cuestión se va a llamar así: No somos eternos. Lo que pase en los próximos 12 meses sólo depende de ti…