Los japoneses creen que algo roto que se recompone puede llegar a ser más bello de lo que ya era. Cuando reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con polvo de oro.
En lugar de tratar de ocultar todos esos defectos, resquicios y fisuras, lo que hacen es precisamente acentuarlos y celebrarlos, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza porque esconden una historia detrás.
Este arte tradicional japonés de reparar la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado posteriormente con oro, se llama Kintsugi.
Estos días me aferro a ese concepto japonés con más fuerza que nunca.
Me ha costado mucho sentarme a escribir este vermú. Dicen que las mejores canciones surgen con el corazón partío. Ya sabes, el tópico del cantautor eternamente triste… No estoy segura de que ocurra lo mismo con las newsletters, veremos que sale de aquí.
Estos días me siento un poco Jep Gambardella en La Grande Bellezza de Sorrentino, tratando de mirar atrás para encontrarle el sentido a todo esto.
Dicen que el otoño es tiempo de introspección, de mirar adentro. Tiempo de melancolía, de aletargamiento, de silencio y reflexión. Y aunque parece que un año más, nos vamos a comer las castañas en manga corta, octubre ha llegado como un vendaval, arrasando con toda la calma que me traje de Sicilia y desmantelando ya de paso unos cuantos propósitos de esos que escribí cuando septiembre llegó dulce y grácil por la puerta, anunciando verano pa’ rato y susurrándome al oído que todavía me quedaba por disfrutar de la mitad de mis vacaciones.
El caso es que hoy es 7 de octubre y toca volver a sacar las copas para brindar. ¿No es francamente increíble que hayan pasado ya dos años desde que toda esta locura empezó? Menudo viaje, el emprendimiento.
Dos años que, estos días, sin entender muy bien por qué, pesaban sobre mis hombros como una losa, casi como si fueran los 65 que cumple Jep al inicio de la película de Sorrentino.
Dos años de ininterrumpida sucesión de alegrías, tristezas, placeres, obligaciones, descubrimientos, decepciones, fracasos, incertidumbres e ilusiones.
Dos años llenos de grietas, resquicios y fisuras que, sin duda, me han hecho más fuerte. Lo de más bella, -teniendo en cuenta que en este tiempo me han salido hasta las primeras canas- no está tan claro, por mucho que así lo digan los japoneses…
Ahora viene la parte difícil. Rociar todas esas roturas con polvo de oro. Y celebrarlas a cada paso. Pero yo, que nunca he sido de la procesión del «mejor hecho que perfecto» y no puedo evitar ponerme intensita con las fechas señaladas… Estos días he vuelto la vista atrás para buscar en el cajón de todos los porqués que me han traído hasta aquí.
Me he visto de niña, jugando a que me montaba en un avión deseosa por conocer y explorar todas y cada una de las «366 y más maravillas del mundo» que me leía mi madre cada noche antes de ir a dormir en aquel bendito cuento de tapas gordas y duras de color blanco.
He recordado que estudié comunicación audiovisual porque no sabía qué estudiar. Me gustaban tantas cosas y la vida era tan corta para escoger una sola…
He descubierto también, que en aquellos cuatro años de carrera que tantas veces me cuestioné en el camino, en realidad hice el mayor hallazgo de todos los tiempos: a mí lo que me apasiona es contar historias.
Viajar, explorar el mundo, contarlo después… ¿No es acaso eso lo que sigo haciendo con este hobbie al que a veces llamo trabajo?
Quizá el truco sea seguir recorriendo Roma (o la vida misma) como Jep Gambardella, en un paseo infinito y adictivo en búsqueda de la belleza.
Volver de vez en cuando al origen. Desempolvar los porqués. Comprender la vida hacia atrás, porque allí siempre están las respuestas. Pero vivirla siempre hacia adelante.
Ramona: ¿Qué tenéis en contra de la nostalgia, eh?
Jep: Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro.
Pero es que yo sí creo, Jep. ¡Sí creo!
Y si algo tengo claro es que ese «no saber» con el que a menudo me tropiezo en este viaje, es la clave de todo. El mejor de los estímulos para seguir buscando, observando, aprendiendo, mejorando… Siempre con el hambre y la curiosidad de aquella niña que soñaba con hacer suyo el cuento que cada noche le leían en la cama.
Celebrar la imperfección, la sencillez, los estragos y las cicatrices del tiempo. No olvidar(me) de rociarlos de vez en cuando con polvo de oro, manteniendo así viva la huella de la fragilidad, pero también de la resiliencia.
Caminar sin prisa. Disfrutar pasito a pasito de esta travesía.
Enhorabuena Alba!!! Un relato precioso y felicidades!!! No tengo tanta facilidad de palabra como tú Así que solo decirte que sigas adelante luchando por lo que te gusta y como decía Kavafis en su poema Itaca, pide que el camino sea largo , lleno de aventuras, lleno de experiencias, disfruta de cada etapa del camino y enriquécete con todo lo que nos aporta el camino de la vida…
Y luego cuéntanoslo como tú sabes
Un beso y no dejes de escribir . Te quiero
Felicidades!! Por esos dos años al timón de tu barco con el que sin duda has atravesado tormentas, días de lluvia, rachas de viento y soledad, pero valora si compensa esos días de calma dónde los amaneceres y atardeceres casi rozan la yema de tus dedos, esos en los que traspasas con tus cuentos las barreras que nos separan a casi todos para ver lo bonito de la vida y consigues que todos los que viven una de tus cajas, sonrían, disfruten , toquen por unas horas la felicidad que sólo tú sabes inyectar en vena a través de las palabras. Y así es como ellos te devuelven con su gratitud la energía que ya ha aprendido su camino en estos dos años y fluye imparable. Sigue, que en las cosas buenas, el viento cada vez más soplará a tu favor.